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A la edad de 9 años, Iván Antonio Zapata en el municipio de Venecia recibe sus primeros centavos fruto del esfuerzo de una jornada completa de trabajo en el campo. Desde ese día, el azadón y el machete acompañan su caminar. Hoy, 55 años después entona melodías en su guitarra en los breves momentos de descanso luego de arduas horas de labor donde cuida pollos, caballos, vacas y labra la tierra en los tres terrenos que le dan de comer. $589.500 equivale a un salario mínimo en su país de nacimiento y es lo que recibe cada fin de mes.


En Colombia se evidencia con más fuerza una crisis que afecta a muchos habitantes de las zonas rurales, quienes deben desplazarse a las grandes ciudades porque entre muchas razones su trabajo de más de 12 horas diarias en el campo no es bien remunerado. Don Iván comparte su historia de vida con nosotros, relata anécdotas de andanzas por muchos pueblos y la existencia de un hijo a quien no ve hace más de 34 años.


De padres campesinos Iván hereda esta tradición que hizo sus manos fuertes, su caminar firme y su corazón entregado a la palabra de Dios. Lee un pasaje de la Biblia cada madrugada antes de la salida del sol y encomienda sus pasos a su creador. El calendario que tiene en la cocina marca el día 20 del mes 3 del año 2013 y aparte de sus plegarias diarias pide a Dios para que su hijo a miles de kilómetros de aquí, así sea tras una pantalla de computador, conozca por primera vez ese rostro que olvidó hace ya muchos años y ahora está lleno de arrugas que evidencian su paso por el mundo. 


Quién iba a pensar, que aquel viejo amable iba a poder conocer el paradero de su hijo 3 décadas después de haberlo visto por última vez cuando el pequeño apenas tenía 7 de vida. El milagrito diario que encomendaba a Dios era simple: encontrar a su hijo. Y en medio de sus andares por el lugar en el que ahora trabaja le trajo el vago rumor de la visita de alguien que provenía de Puerto Triunfo, el pueblo donde vio a su hijo por última vez y donde no pudo nunca regresar por asares de la vida. Mandó el recado con un desconocido con la esperanza de que alguien le diera datos del paradero de Martín; semanas más tarde recibe la llamada de un primo lejano quien le dictó los 10 números que se tradujeron minutos más tarde en el saludo de un señor de 41 años tras el auricular de su celular. Y como en una telenovela Iván atina a decirle: Hola Martín!, soy su padre!


Algunas respuestas son solucionadas a las tantas preguntas que pueden existir entre un padre y un hijo desconocidos entre sí. Detalles comparten de a poco entre las palabras que continúan intercambiando vía celular regularmente desde hace tan solo 20 días.


En La Amalia ya muchos oídos conocen esta historia de boca del padre entusiasmado quien no pierde cualquier encuentro por mas casual que sea para relatar minuciosamente los detalles de aquel “milagrito”. –Mi hijo estudió hasta segundo de primaria y tiene un computador. - comenta con el orgullo de un viejo campesino que hasta hace apenas un par de años supo lo que era hacer una llamada a través de un celular y aún no entiende bien como usar el control del televisor. La idea de saber manejar un computador se le hace una labor demasiado complicada y no esconde la alegría de saber que tiene un hijo tan inteligente.



El hijo parece sentirse a gusto con la inesperada sorpresa y comienza a compartir más detalles de esa vida entera sin él. Promete una visita, un fuerte abrazo y muchísimas más preguntas.


Don Iván, de una amabilidad que a veces resulta un tanto exagerada no pierde oportunidad para saludar con efusividad y compartir una taza de tinto con cualquier persona que entra a la finca que el cuida. Continúa como todos los días, regando las plantas, labrando, sembrando y cuidando sus animales. Afortunado de sobrevivir aún del trabajo de esa misma tierra que hizo fuertes sus manos y  firme su caminar.


 

(Canción "Querido amigo" por Iván Zapata)

San Juan 14: 6

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